Si el río hablara: Relatos de experiencias en la cercanía del río Caguán

El agua que recorre un río, al igual que su sonido, cambia en la interacción con la lluvia, con las piedras, los árboles y la actividad humana y animal que allí sucede. A pesar de esa constante transformación, cada río tiene un sonido único, una voz singular que cuenta su historia. Si los más de 14.500 kilómetros de la cuenca del río Caguán hablaran, llorarían las violencias ininterrumpidas que vienen ocurriendo en su cercanía, como la deforestación en sus laderas y su pérdida recurrente de biodiversidad. También se entusiasmarían al describir las conversaciones que ocurren entre mochileros, martines y carpinteros, entre mujeres que pese a las adversidades crean futuros posibles para otras. El Caguán podría contar de las tensiones que existen entre la racionalidad del machete y los fúsiles, y la esperanza que producen la semillas.  

Habitar alrededor del río Caguán significa transportarse en bote y a caballo, medir la distancia en horas, vivir entre “tigres”, culebras, yulos y vacas. Porque en uno de los territorios más biodiversos de Colombia, las vacas son cada vez el animal más común. El día a día en alguna de las veredas aledañas transcurre entre el ordeño, la tala, la quema y la conversación; entre la cocina, el cuidado y la prevención. Las personas dejan escapar sus sonrisas y alegrías por la rendija de su mirada. Tal vez por vivir en un lugar en el que las dinámicas del conflicto siguen tomando vidas y la presencia de actores armados legales e ilegales hace parte de su día a día. Allí cruzan rumbos algunas disidencias de las FARC con militares que desde hace casi 20 años han vuelto una base de operaciones y de vigilancia lo que alguna vez fue un pueblo habitable. La búsqueda por controlar y dominar el territorio -impulso patriarcal- violenta a las mujeres, aminora a la Amazonía. 

La deforestación en la Amazonía responde a lógicas económicas y simbólicas, entre otras. La tala y quema de monte (como se nombra allí a la selva) habilita la siembra de distintos cultivos – lícitos e ilícitos- y de pastos. Esta última ha venido ganando fuerza y aumentando la proliferación de ganado. Aunque pareciera que algunas de las estrategias gubernamentales han frenado la deforestación, aún son visibles las miles de hectáreas de selva desaparecidas alrededor de los ríos, lagunas y bien adentro del piedemonte. Culpar a quiénes habitan estos lugares es ingenuo, un informe reciente de Indepaz desarrolla las conexiones que existe entre estas personas, que suelen ser las que están en mayor situación de vulnerabilidad, y los grandes deforestadores, quienes sacan el mayor provecho económico de la actividad.

Para quienes se dedican a esta labor en la zona, hombres, sobre todo, el reconocimiento es ante todo simbólico. Las vacas, que se miden en decenas, al igual que las hectáreas de selva talada que se miden en hectáreas, son sinónimo de poder, de dominación.  En pocos lugares se siente tanto la masculinidad avasallante al mismo tiempo que se contempla la belleza exuberante. Las mujeres que habitan la zona lo saben bien, lo han vivido. “Las vacas tienen más derechos que las mujeres en este departamento” dice una de ellas, y es cierto. 

En el departamento, una vaca puede llegar a ocupar 3 hectáreas de pasto, mientras que los jaguares son asesinados al buscar comida y al transitar por donde usualmente lo hacían. A nivel territorial, las consecuencias de la deforestación van desde la reducción del hábitat natural de estos animales, hasta la sedimentación, desbordamiento de los ríos e inundaciones que cada vez ocurren con mayor frecuencia e intensidad, provocando daños y pérdidas materiales e inmateriales irreparables. 

Las afectaciones no son únicamente a nivel local, este proceso provocado por el hombre y que no sabe de fronteras – en Brasil, Perú y Bolivia ocurre también masivamente- empeora el cambio climático. La tala de un árbol libera CO2, compuesto que aporta al calentamiento del planeta. Además, cuando se hace masivamente, como ocurre en esta zona, acaba con un ecosistema diseñado para almacenar los gases de efecto invernadero. Por si fuera poco, los ríos voladores, que tienen una relación directa con las lluvias en nuestro continente, podrían verse afectados igualmente. La deforestación en la Amazonía, y en el Caquetá colombiano contribuye a la crisis climática actual y los verdaderos responsables están lejos de ser visibles y de asumir las consecuencias de sus acciones. 

En este contexto, organizaciones lideradas por mujeres siguen sembrando juntas para hacerle frente a estos desafíos, “Las soluciones a estos problemas no vienen de afuera, están aquí”, “las hemos venido conversando, caminando juntas”, dicen algunas de ellas. Es así como han empezado a trabajar en la recolección de semillas nativas y en la consolidación de viveros de árboles nativos como una manera de recuperar y aportar a la regeneración del ecosistema. También denuncian los efectos que el impulso aplastante que quiere dominar la selva tiene sobre sus cuerpos y sus vidas. Los indicadores (a pesar de los subregistros) que dan cuenta de las violencias contra las mujeres siguen aumentando en el departamento del Caquetá y las acciones están lejos de ser las esperadas. Ellas que habitan el territorio experimentando la interdependencia entre las diferentes formas de vida que allí se encuentran y poniendo el cuidado y el sostenimiento de la vida en el centro, reclaman un mayor reconocimiento de sus acciones, para que sus voces estén en las mesas en las que las decisiones se toman.  

La Amazonía ha venido ganando relevancia a nivel regional y global y el departamento del Caquetá no es ajeno a estas dinámicas. Instituciones de todos los niveles vienen destinando recursos, fondos y personal para “protegerla”, para discutir sobre ella. Sin embargo, aunque sus voces van llegando a más espacios, aún falta mucho para que sus prácticas sean tenidas en cuenta como alternativas a los modelos extractivos, militares y de mercantilización del territorio que siguen abundando. Creo en las alternativas que aportan a la transformación cultural del modelo machista que impera en la zona y que trascienden la lógica militarista. Desde Oxfam Colombia continuaremos aportando a visibilizar los modelos, llamados y acciones de estas lideresas y sus organizaciones.  

 

Blog y Fotografías por: Juan Sebastián Pardo Peña, Oficial de Influencia.