Antioquía

Sin reparar no se llega a la paz

Como consecuencia de una larga guerra en Colombia existen casi diez millones de personas reconocidas e incluidas como víctimas en los registros oficiales. Durante décadas, los diferentes grupos armados han arrebatado vidas, tierras y hasta el buen nombre. Pero allí donde la guerra se ensaña también surge la resistencia.  

A finales de la década de los años 90, un grupo de profesionales, líderes comunales y sociales decidieron buscar salidas negociadas al conflicto en la región del Urabá Antioqueño. “Parte de nuestros integrantes han sido víctimas del conflicto armado”, cuenta Nora Saldarriaga, directora de la Fundación Forjando Futuros, que recientemente recibió el Premio Nacional de Derechos Humanos 2024. 

Nora recuerda que cuando iniciaron la Fundación, la guerra parecía no tener fin. Entre masacres, despojos y desplazamientos decidieron unirse y buscar medidas negociadas y pacíficas al conflicto. Hoy, más de dos décadas después, muchas otras víctimas han sido acompañadas por Forjando Futuros en sus procesos de acceso a justicia y restitución de derechos. 

Zuraymi Rueda, por ejemplo, pudo participar de la Justicia Especial para la Paz (JEP), y decirle a los magistrados que su esposo, Josué, no era un guerrillero, como lo señalaron hace 19 años quienes lo asesinaron en una ejecución extrajudicial. A Zuraymi aún se le  llenan los ojos de lágrimas pero sabe que ahora sí puede hacer el duelo. “No importa tanto la justicia de cárcel o dinero, para nosotros como familia era más importante el buen nombre”, afirma mirando con esperanza una panorámica de la comuna 13, el lugar donde mataron a su esposo pero también donde, con acompañamiento psicológico ofrecido por Forjando Futuros, ella continúa con su vida. 

Siendo habitantes del Urabá, quienes iniciaron con Forjando Futuros se dieron cuenta de que la tierra era un elemento central en el conflicto armado del país y definieron la restitución de tierras como una prioridad de la organización. “Llevamos la representación jurídica de personas que han sido despojadas de sus tierras para que puedan recuperar lo que perdieron”, explica Gerardo Vega desde su oficina en Medellín, en la que un amplio equipo se encarga de analizar cómo se ha dado este proceso en el país, pese a lo que implica. 

“Nos arriesgamos todos los días en representar los casos, en mediar con los empresarios y buscar que haya acuerdos entre empresarios y campesinos para que se dé la restitución y para que se pueda permitir el ingreso de los campesinos a los territorios, porque creemos que ese es el camino”, afirma Nora. 

Ilan Camp, uno de los investigadores, cuenta que,  además, desde hace 10 años en Forjando Futuros decidieron empezar el seguimiento a la implementación de la Ley 1448, lo cual ha implicado, la lectura de todas la sentencias. Producto de esa dedicación,  tienen una nutrida base de datos estadísticos y han sacado adelante algunos casos emblemáticos como el de la vereda Guacamayas, en el que, finalmente, se restituyeron 12 predios que suman más de 600 hectáreas en los municipios de Turbo y Mutatá. “Se había perdido en todas las instancias pero la Corte Constitucional en una acción de revisión falló a favor después de 20 años”, explica Gerardo, con la convicción de que lo que hacen como organización es importante. 

El análisis del caso Guacamayas ha permitido conocer también el impacto de la reparación integral pues, como cuenta Ilan, ésta era una comunidad próspera antes del desplazamiento que, al retornar, se dio cuenta de que sus tierras ya no eran fértiles porque quienes se las arrebataron talaron los árboles y cambiaron el sistema hidrológico del suelo con pesticidas. De ahí que para Forjando Futuros lo importante sea lograr la restitución de los predios, pero también desarrollar proyectos productivos agroecológicos y construcción o mejoramientos de vivienda, una iniciativa de la organización que busca aportar a la reparación integral y en la que la cooperación internacional es clave. 

Para Forjando Futuros los retos y cuellos de botella de la restitución y la reparación integral son evidentes. Por un lado, está la violencia que amenaza la vida de las personas reclamantes y sus defensores, y por otro, la inminente necesidad de un cambio en la ley que permita que los casos sin oposición puedan ser restituidos administrativamente, sin intervención de un juez de la Unidad de Restitución de Tierras.   

Quienes hacen parte de la organización sienten que su aporte a la construcción de paz es presionar para acelerar el proceso de restitución. Más allá de la burocracia y la violencia persistente, el propósito de Forjando Futuros se expresa en las palabras de Nora: “que las personas que están hoy en el campo puedan permanecer y que las que quieran llegar lo puedan hacer en condiciones de seguridad para volver a tener su proyecto de vida”. 

Aprender a construir las paces

Sobre una de las calles empinadas de Manrique hay una casa de puertas abiertas y llena de murales pintados. Allí, durante más de dos décadas, las personas del barrio, sin importar su edad, han encontrado un lugar para el encuentro y el aprendizaje comunitario. Quienes frecuentan la casa de Convivamos dicen que, sobretodo, se siente libertad y seguridad. 

Esta sensación es muy importante para quienes habitan en la zona nororiental de Medellín que, durante años, ha enfrentado diferentes formas de la violencia. Sentado en el parque del barrio, Elkin Pérez, uno de los fundadores de Convivamos, trae a su memoria cómo en los años 90 los actores armados les prohibieron habitar los espacios públicos. Y fue así como surgió la organización. “ Lo que hizo historia fue juntarnos para plantear alternativas de vida a los jóvenes de esa época”, cuenta. 

Esa iniciativa se ha mantenido en el tiempo. En la casa colorida de Convivamos, donde al mediodía huele a almuerzo, Yurleny Melguizo se dio cuenta desde muy pequeña que había otros niños y niñas como ella, que tampoco recibían comida o cuidados de sus padres. Ahora, que es una líder comunitaria, recuerda cómo llegaba hasta esa casa, comía y si no había taller, se sentaba a conversar sobre lo que le pasaba. Cuenta que afuera de donde vivía le ofrecían trabajo para vender drogas, pero ella decidió hacer teatro, pintar y participar de los talleres. “Convivamos fue una alternativa a lo que me pintaba el contexto, la posibilidad de darme cuenta de que las cosas se pueden hacer diferente”, afirma con propiedad. 

Yurleny considera que ha sido el diálogo intergeneracional, lo que ha permitido que Convivamos plantee que la paz, en singular, está lejos de ser realidad porque no distingue las violencias que existen en el territorio. “Nuestros cuerpos están atravesados por diferentes violencias y resistencias”, explica. 

En Convivamos la idea de construir las paces, en plural, va más allá de cualquier acuerdo. Es algo vivencial y eso cautivó a Vanesa Serpa, que se emociona mientras comenta de lo que se trata: “aquí construimos la paz con los niños y las niñas desde sus voces, con la juventud,  con las mujeres, en los convites donde participan señores y señoras de diferentes edades. Es intergeneracional, entonces hablar de una sola paz no es posible”. 

Mientras Vanesa habla, las cabinas del Metrocable se deslizan por encima de los techos de las casas, algunos todavía de zinc . Según el estudio Calidad de vida en la zona Nororiental realizado por Medellín Cómo Vamos,  “en el 2022, 1 de cada 3 personas que vivían en la Zona Nororiental se consideró pobre y esta es la zona de la ciudad con la mayor proporción”. Frente a esta realidad en la que la pobreza no puede obviarse, Convivamos ha sido un actor fundamental, tanto en el mejoramiento de las condiciones de vida de los habitantes, como en las metodologías utilizadas para que cada grupo en el territorio pueda definir lo que significan las paces con base en su experiencia. 

Por ejemplo, en los talleres, las niñas y los niños que viven en la parte más alta, han llegado a la conclusión de que la paz significa tener agua potable o salir de sus casas sin sentir que en la esquina hay alguien que les mira de forma que les hace sentir en riesgo. Las mujeres, en cambio, sienten que la paz es conectar con la piel y el cuerpo para sanar las heridas de las violencias en espacios como Sanandome para la paz. Y quienes son más jóvenes, se han dado cuenta de que hacer la paz implica tener opciones como la comunicación para transformar sus propias realidades y ser protagonistas más allá de la guerra. 

Mientras practica cómo tomar fotografías con el celular, Diego Alejandro Monsalve narra que pertenecer a Convivamos ha sido la oportunidad de aprender y desarraigar las conductas violentas. Aunque es un adolescente, cuestiona cómo era ser hombre antes. “Yo hoy le digo no a la guerra, a pesar de que nos vemos expuestos a las drogas, las armas y la delincuencia”. 

Y es que en Convivamos la comunicación comunitaria es toda una estrategia política que les permite fortalecer las narrativas de la niñez y la juventud. “Contamos qué está pasando pero también también qué nos estamos imaginando para que cambie”, dice Alejandra Ossa, otra de las mujeres que creció asistiendo a Convivamos y ahora lidera algunas de las actividades con jóvenes. 

En esa casa colorida que se siente como hogar, Yurleny, Vanesa y Alejandra crecieron y aprendieron que hacer las paces es un ejerciciode aprendizaje personal y colectivo. Y es allí donde ahora ellas también replican ese conocimiento: “vamos dejando semillitas que van floreciendo a su ritmo y a su tiempo”, dice Yurleny. 

Además, la pedagogía para hacer las paces de Convivamos no se limita al barrio. Esta semilla ha ido multiplicándose a través del trabajo con otras organizaciones con las que se ha articulado para pensar en la incidencia, el desarrollo territorial y los derechos de quienes habitan este sector de la ciudad. Christian Álvarez, integrante de Mi Comuna recapitula el momento en el que se firmaron los acuerdos de paz y cómo con el tiempo, ambas organizaciones se han preguntado si esa paz era solamente callar los fusiles.  “Aún se mantienen unas violencias que hay que visibilizar y atender”,  dice.  

Para él, así como cada territorio vivió el conflicto de manera diferenciada, la paz con justicia social y la paz territorial son las que distinguen las necesidades de la gente en los barrios que, día a día, construye esas paces.  

En últimas, la labor de Convivamos cobra sentido en cada niña, niño, joven, mujer u hombre que, así como Diego Alejandro, hace parte de los procesos y logra comprender que hacer las paces se trata, ante todo, de “buscar nuestros derechos pero también los de los demás”.